El maltratado cerebro de los mayores

Los postulados defendidos por la gerontofobia que se ha apoderado de nuestras sociedades, intentan legitimar el inteolvido, que hagamos luz de gas, que ignoremos cómo miles de personas mayores fueron condenadas a morir en los peores momentos de la pandemia.

Los responsables de tales desmanes no pasarán por los tribunales y hasta reciben el aplauso, en forma de votos, de millones de españoles que quieren olvidar cuanto antes los desastres recientes y volver a la fiesta aunque esa fiesta ya nunca sea la misma.

Pues bien, frente a quienes odian e intentan eliminar a los mayores de nuestra sociedad, excepto para las funciones de depositar un voto esporádicamente, comienzan a alzarse las voces de la ciencia, de los estudios médicos y psicológicos.

Estudios médicos que indican que los cerebros de los mayores son mucho menos rígidos y cristalizados de lo que nos intentan hacer creer. Es más, si algo caracteriza al cerebro de los mayores es que el equilibrio entre los hemisferios derecho e izquierdo es mucho mayor y la interacción es más armoniosa que en un cerebro más joven.

El efecto inmediato es que, entre las personas mayores, podemos encontrar muchas vocaciones tardías para afrontar nuevas actividades creativas que, aunque estuvieron latentes en etapas anteriores de la vida, deciden expandirse y desarrollarse a partir de los 60 años.

Eso no quiere decir que la velocidad de pensamiento de una persona joven sea menor. Muy al contrario. Nuestros jóvenes piensan con mayor velocidad, pero nuestros mayores lo hacen con mayor flexibilidad, con menos exposición a los riesgos y efectos de un pensamiento cargado de emociones, no siempre positivas.

Esa sustancia llamada mielina, que envuelve a algunas células nerviosas y cuya función es la de aumentar la velocidad de transmisión de los impulsos nerviosos entre las neuronas, aumenta en el cerebro de las personas mayores.

Lo que perdemos en velocidad, con la edad, lo ganamos en mayores habilidades. Aprendemos a coordinar mejor el funcionamiento de los hemisferios izquierdo y derecho.

Como sabemos cada hemisferio se encarga de tareas y funciones distintas, aunque a veces se superponen y eso lo hacen mejor los mayores. Un hemisferio, el izquierdo, se encarga más del lenguaje y del razonamiento lógico, de los cálculos matemáticos y la articulación del discurso verbal. El hemisferio derecho se ocupa de la creatividad, la intuición de las nuevas respuestas, la ubicación espacial, la música, el arte.

Pero cuando se trata de prestar atención a alguna tarea, la utilización de la memoria y de los recuerdos, los sentimientos, la gestión de las emociones, ambos hemisferios del cerebro interactúan y ocurre que los mayores se encuentran en mejores condiciones de que este intercambio, esta cooperación, se produzca en las mejores condiciones. Eso significa que se encuentran mejor preparados para resolver problemas más complejos.

Los mayores ahorran energía. Su cerebro consume menos energía, porque suprimen lo innecesario y seleccionan mejor las opciones posibles entre las que hay que elegir. En consecuencia, se equivocan menos. Los estudios vienen a desembocar en estas mismas conclusiones.

La edad debilita las conexiones cerebrales, pero el trabajo intelectual contribuye a mantener el cerebro en las mejores condiciones. Las personas mayores saben utilizar los dos hemisferios para seleccionar la información necesaria para tomar decisiones.

Mantener la actividad física y mental hace que la vida se alargue en cantidad y en calidad de los años. De ahí que la jubilación deba convertirse en una etapa para mantener la actividad de otra forma, o para abordar nuevas actividades. Los viajes, el arte en todas sus formas, la moderada actividad física, la asistencia a conciertos, cines, teatro, la actividad social y política, el cuidado de nuestras aficiones siempre postergadas, se convierten en nuevas oportunidades para la vida.

Tener más de 60 años, cumplir 80, incluso 90, no es un drama, ni un motivo de depresión, nos explican los estudiosos del cerebro humano. Una sociedad que da la espalda a sus mayores está tirando por la borda buena parte de sus oportunidades de supervivencia.

La aceleración que se ha producido en nuestras vidas en los últimos tiempos en todos los órdenes de actividad económica, social, política, ha producido el apartamiento de aquellas personas que han sido algo en nuestro país, pero han dejado de serlo.

A veces se utiliza a los mayores como adorno, paisaje, atrezo, decorado y objeto de vacuos homenajes, o como banco de pesca y caladero de votos, pero su silencio, su invisibilización, son esenciales para quienes han decidido que la memoria, el pasado, no deben formar parte del futuro, porque sus ansias de dinero y de poder no pueden depender del refrendo de quienes tienen la experiencia, por más ágiles y certeros que sean sus pensamientos y sus intuiciones.

Escucho, en una reciente noticia, que un tercio de nuestras personas mayores padece algún tipo de abuso, violencia, maltrato que le impide vivir plenamente sus capacidades. Una realidad invisible en nuestro mundo moderno y ensordecido por el exceso de información.

En el pecado va la penitencia y nuestras sociedades caminan como pollo sin cabeza, deprisa, deprisa, pero sin saber hacia dónde, empeñadas en que la libertad es el ejercicio del capricho extremo y podemos consumir y gastar hasta el infinito, porque cuando todos los recursos se acaben, unos pocos privilegiados podrán emigrar a Marte para morir en el silencio de las inmensas llanuras del desierto del dios de la Guerra, como nuestros mayores murieron en la infinita soledad de sus residencias.

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