La izquierda parece persistir en el camino de la victoria. De victoria en victoria hasta la derrota final. Su triunfo electoral raspado se produjo tras los gobiernos de los recortes protagonizados por una derecha, española y europea, empeñada en combatir la crisis a base de limitar prestaciones sociales, congelar pensiones, restringir derechos y abandonar a demasiada gente a su suerte.
De aquellos polvos surgieron los lodos y el fango del populismo y las ineficiencias ante una pandemia en la que se produjeron desmanes como las miles de muertes de personas mayores en las residencias madrileñas y decenas de miles en las de toda España.
La crisis de 2008 y la posterior pandemia nos han hecho sentir de cerca el miedo y el sufrimiento e hicieron posible este escenario en el que los nuevos ultraliberales de la era tecnológica, tan añorantes del fascismo, se sienten muy cómodos.
De eso se trata, del abandono al que se sometió a las políticas públicas en nombre de la austeridad que reclamaba Europa, o que se empeñaron en contarnos que reclamaba Europa. Se crearon así las condiciones para el crecimiento de la ultraderecha en todo el mundo occidental.
Una ultraderecha, populista, chulesca, soberbia y engrandecida, que gobierna Estados Unidos y que avanza posiciones en toda Europa y en numerosos países del mundo.
No está siendo fácil para la coalición de izquierdas gobernar sin toda la izquierda y con apoyos, siempre puntuales e interesados, de la ultraderecha nacionalista de Junts. Tampoco es incondicional el apoyo que recibe la coalición de izquierdas por parte de los Republicanos catalanes, del PNV. Coalición Canaria, o de Bildu.
En cuanto a Podemos, que intentó recoger todo el malestar expresado por el 15M, se ha atrincherado en la queja permanente y el apoyo puntual al gobierno. De ese desgaste del gobierno esperan un resurgimiento paulatino y constante que les permita afrontar en mejores condiciones los siguientes procesos electorales.
Saber esperar, sin desgastarse en exceso, es, al parecer, el secreto. El mismo secreto de VOX, que se basa en esperar, callar y no meter mucho la pata. Los unos esperan que Sumar se hunda definitivamente. Los otros aguardan a que el PP se cueza en su propia salsa de contradicciones.
El panorama es intrincado, complicado y poco halagüeño, para quien quiera hacer política coherente y solucionar problemas reales de nuestra sociedad. Todos en la izquierda temen (tememos) que cualquier adelanto electoral suponga una polarización de tal calibre que haga que el desgaste del gobierno de coalición termine por abrir las puertas al ascenso de una derecha que se vería en la obligación de gobernar con apoyos de la ultraderecha, en brazos de la ultraderecha, a merced de los ultraderechistas.
Ya vemos cómo hasta algunos sectores de la izquierda están girando hacia posiciones menos garantistas de los derechos humanos, más restrictivas con respecto a la inmigración, más negacionistas, o al menos tolerantes con el combate contra el cambio climático.
La única estrategia para combatir el ascenso de la ultraderecha envalentonada parece ser otorgar concesiones, considerar la aceptación de parte de sus postulados, recluirse en la fábula de Pedro y el Lobo, el pastor mentiroso, que se harta de reír, a costa de gritar a los cuatro vientos que viene el lobo.
Me da a mí que habrá que ser mucho más proactivo y que no bastará la amenaza de la llegada de las bestias para que las gentes decidan votar a la izquierda. Me da que habrá que ser transparentes, honestos, intransigentes con la corrupción, defensores de los derechos, inclementes con el hecho de que lo de todos acabe convertido en negocio de unos pocos, claros en nuestras propuestas, didácticos en todo momento.
Los españoles, hoy cantonalizados, deben entender que tenemos una idea de España. Un proyecto de descentralización y autonomía, pero un proyecto común, compartido. No va a ser fácil en un escenario social fragmentado, individualizado, en el que todo se reduce a clanes, tribus, sectas, facciones, bandas y pandillas, victimizados y en confrontación permanente.
Eso nos obliga a pensar políticas de inmigración que promueven la integración, que abren puertas que conducen a salas de acogida, pero no una entrada masiva y descontrolada. Políticas de vivienda que aseguran el derecho a un alojamiento digno, pero sin complacencia generalizada con el okupa.
Políticas de educación pública que premian el esfuerzo, pero no promueven la desidia y el desinterés alimentando sueños de pelotazo como forma de vida. Desde los niveles infantiles hasta la universidad. Políticas sanitarias que defienden la salud pública y no el negocio privado a costa de concesiones y transferencias brutales hacia el sector privado.
Políticas de empleo que forman a las personas y ayudan a buscar empleo, en lugar de convertir los instrumentos públicos en registros de parados y empleados, concesionarios de prestaciones. Políticas de servicios sociales que dejan de ser abrevaderos, aparcamientos de problemas sociales enquistados e irresolubles y se convierten en espacios bien dotados de recursos, que intentan conseguir la autonomía personal y la suficiencia económica.
En definitiva, una izquierda valiente, propositiva, a la ofensiva, sin complejos. Porque ya sabemos lo que dan de sí los obscenos y repulsivos personajes que gobiernan los Estados Unidos y la mediocridad, complacencia, seguidismo e irresponsabilidad de quienes reciben palmaditas por repetir y tragarse, cual criados gañanes, las consignas del emperador desnudo.