Desprecio de la vida

Esa es la definición que merecen las políticas genocidas que se derivan del supremacismo y del posthumanismo que caracterizan a los gobernantes que se han hecho con los mandos en las grandes potencias mundiales. Desprecian la vida y se encaminan abiertamente a la negación de la naturaleza humana.

El transhumanismo, el posthumanismo, se han puesto de moda. Se han convertido en nueva creencia, religión, credo y dogma inapelable. La confianza ciega en la ciencia, en el progreso infinito, en la acumulación de datos, no supone una renovada confianza en las personas, en los seres humanos.

Lejos de ello esta nueva ideología sólo toma en cuenta el poder. No quieren mejorarnos como seres humanos, sino cambiar nuestra naturaleza hasta las raíces. Y no es complementaria con ideas, o con religiones anteriores. Es una ideología absolutista que, como el nazismo y con más éxito que aquel, viene a sustituir cualquier otra creencia anterior.

Las nuevas tecnologías aplicadas a la vida se convierten en el centro, lo sagrado. En el nuevo mundo que nos presentan ya no será necesaria la vida eterna más allá de la muerte, porque la muerte será abolida y seremos eternos. La humanidad quedará abolida. La naturaleza humana será superada.

Parece una locura, pero es lo que nos hacen creer cada día. Ya no será necesaria la política que intenta mejorar a los seres humanos cambiando las estructuras políticas, sociales, culturales que condicionan su existencia. La política será sustituible por la biopolítica. No será necesaria la izquierda, la derecha, el centro. Si dominas la naturaleza humana, dominas las estructuras políticas y sociales. En ello andan.

Es muy atractivo eso de autodiseñarte a tu gusto. Nos transformamos en objetos sobre los que operar cada día de tu vida. El gobierno de la vida y de la muerte es todo lo mismo. La biopolítica lo organiza todo. Estamos ante la política total, absoluta, totalitaria. En ello andan una banda de populistas a los que todos quieren parecerse.

Nada importa ya ser hombre, mujer. Si eres posthumano te encuentras más allá de los géneros y de las especies. Tú ya no eres humano. Eres transespecie. Eres un no humano. Puedes elegir sentidos, sentimientos, instrumentos para percibir el mundo. Modificas lo que eres a tu gusto. Nuevos sentidos, nuevas percepciones del mundo.

Los implantes sensoriales te hacen percibir la humedad del entorno, la presión atmosférica, los cambios de temperatura. Pero también eliges cómo lo quieres percibir, de qué forma. Y todo ello te convierte en un ser distinto. De humano a ciborg y de ciborg a transhumano.

El problema es hasta dónde podemos llegar por este camino de transformaciones de la naturaleza humana. Hasta dónde podemos modificar la naturaleza humana. Qué límites podemos y debemos imponer desde la filosofía, desde el derecho, desde la ética y la moral.

Somos dueños y gobernantes de nuestro cuerpo, pero con límites legales en cada caso, según la sociedad, o la cultura en la que vivamos. El aborto, los transplantes, la reproducción asistida, la maternidad subrogada, el propio derecho a morir, la eutanasia, tienen sus regulaciones y sus límites.

La pregunta sería si podemos integrar sin límites la biotecnología en nuestros cuerpos. Quienes lo defienden sostienen que así aumentaremos nuestras posibilidades de conocer y actuar sobre el mundo. Sin embargo no es tan sencillo.

La humanidad ha ido desarrollando principios y normas jurídicas que interpretan este derecho general de cada persona. Y todos ellos ponen el centro de su justificación en la persona y en su dignidad. Lo primero a tomar en cuenta es que no somos instrumentos de la ciencia, ni de ambición humana alguna. Somos fines en nosotros mismos.

No somos productos manipulables por los mercaderes y por el capitalismo. No podemos utilizar nuestro cuerpo como si fuera un instrumento, sino que nosotros y los otros necesitamos respetarnos y respetar. No podemos hacer con nuestro cuerpo, ni con los cuerpos de los demás, lo que queramos. No somos medios al servicio de nadie.

La libertad no está reñida con el respeto, ni la autonomía personal debe ir en contra del ejercicio de la responsabilidad. Nuestros procesos educativos deberían formar personas libres, responsables de sí mismas, del mundo en el que viven y de las personas con las que conviven.

El posthumanismo enfrenta libertad contra responsabilidad y el desastre es inevitable. La dignidad de los seres humanos, el bienestar de las personas, sus condiciones de vida, deben quedar siempre salvaguardadas. Una cosa es la diversidad y la pluralidad de nuestras vidas y otra muy distinta destrozar la vida de muchas personas en nombre de una libertad y una autonomía dirigidas desde los poderes económicos.

Nuestros derechos son a la vez obligaciones. Obligación a vivir como personas y no como máquinas, de la misma forma que no aceptaríamos vivir como animales. Personas diversas, con culturas distintas, pero con la misma dignidad. Con la misma libertad y la misma igualdad de derechos y posibilidades.

Dignos, libres, iguales. Nosotros y cualquier otra persona humana. No hay ninguna de estas bases de la convivencia que pueda prescindir de cualquiera de las otras dos. No es esto lo que piensan los transhumanistas, para los cuales la libertad sobre tu propio cuerpo no tiene límite alguno.

La batalla está servida. El negocio transhumanista lleva ventaja.

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