Hace poco más de medio año escribía un artículo en este mismo diario digital recordando la figura del recientemente fallecido Román García. Román había coincidido conmigo en las tareas de dirección de las CCOO de Madrid. Él como Secretario General de la Comarca Norte y yo como Secretario General de las CCOO de Madrid.
Ahora, cuando su organización ha organizado un homenaje, recuerdo que comenzaba aquel artículo citando al poeta Joan Margarit, quien al referirse a la nuestro paso por este mundo decía,
– Es una cosa evidente. Es muy poco, lo básico, que esto consiste en vivir, reproducirse y no molestar. Eso para cualquier especie animal. En la vida hay que reproducirse y molestar lo menos posible.
A estas alturas de mis vidas me parece cada día más evidente que esa es la ética vital de las buenas gentes. Por eso quise evocar a Román con esas palabras. Román tenía su historia personal cargada de no pocos afectos. Su historia laboral y sindical repleta de numerosos logros. Su devenir político le llevó a ocupar una concejalía en Alcobendas representando al Partido Socialista.
Una dilatada historia de la que estar orgulloso, pero que no le impidió en ningún momento ser ejemplo de prudencia, de buen hacer, de conciencia, de molestar lo menos posible, de hacer fácil lo que era difícil.
No molestar no debe confundirse nunca con abandonar la defensa de tus convicciones, porque la defensa de tus convicciones, tus valores, tus principios, el compromiso y la lealtad, nunca tienen sus límites en no molestar sino, en todo caso, en no entregarte a un fundamentalismo de moda agresivo, violento, inútil para la mayoría.
Román venía de la escuela del comunismo que, tras la transición, la debacle electoral de octubre del 82 y la derrota en el referéndum del NO a la OTAN, tuvo que decidir si mantenerse como partido, o embarcarse en la construcción de movimientos más amplios como Izquierda Unida.
Mujeres como Magdalena Macías, Maleni, hombres como Román García, o Daniel Laguna, permanecieron en el bando del carrillismo intentando mantener vivo un partido, un movimiento comunista, que acabó siendo conocido como Partido de los Trabajadores de España-Unidad Comunista. Un partido que desembocó con el tiempo en las filas del PSOE, aunque sus integrantes mantuvieron siempre una personalidad definida.
Entre aquellas mujeres y hombres quiero traer aquí el recuerdo de María Rodríguez, sindicalista de las CCOO y luego líder del movimiento consumerista, recientemente fallecida.
Durante un tiempo los carrillistas conformaron una corriente no reconocida, una identidad, una tendencia, dentro de las CCOO, protagonizando intensas batallas internas, como la famosa disputa por el liderazgo de la todopoderosa Federación del Metal, en la que se vieron las caras en el congreso de Vigo, el carrillista Juan Ignacio Marín y un Ignacio Fernández Toxo, recién llegado de su empresa, la Bazán de El Ferrol.
Pese a la dureza de la confrontación, los nuevos retos y los nuevos tiempos, hicieron que las aguas volvieran a su cauce y que las discrepancias ideológicas partidistas fueran sustituidas por otras tensiones derivadas del modelo sindical por el que apostábamos.
En el interno de las CCOO, hemos vivido otros momentos duros, que dieron lugar a nuevas tendencias, sectores, corrientes, nuevas confrontaciones entre formas de entender y hacer sindicalismo. Son batallas a veces inevitables, que hay que saber librar, preferiblemente sin romper puentes y, sobre todo, que hay que saber terminar.
Visto en el tiempo compruebo cómo hubo gentes, muchas gentes como Román, que vivieron la dictadura, formaron parte de la resistencia a la misma, participaron activamente en la construcción de una democracia, siempre mejorable, siempre perfectible. Aquella democracia que fuimos capaces de traer.
Gentes como Román y Maleni que, alineados en unas u otras posiciones, aportaron su serenidad, su buen hacer, su sabiduría a la vida política y social de sus comunidades más cercanas y asumieron responsabilidades en los ayuntamientos, en las asociaciones vecinales, en los sindicatos.
Y compruebo que ese río de gente ha ido perdiendo caudal. Tal vez el individualismo, nos cuentan los antropólogos, ha ganado terreno. Tal vez hemos dejado crecer la idea de que hay que disfrutar la vida, viajar, hacer deporte, cuidar tu alimentación, relacionarte a través de las redes sociales. Ocuparte de ti mismo, ocuparte de los demás, sólo si te beneficia a ti mismo, ocuparte exclusivamente de las partes del mundo que te interesan.
Por eso conviene hablar de Román, la organización hace bien en recordarle junto a Maleni, a María y a tantas y tantos otros. Es necesario contar su historia, escribir sobre él, alabar su buen gusto de saber atender a su familia y tratarnos como parte de ella.
Conviene que paseemos por estas tierras del Norte del cinturón rojo madrileño, si queremos que lo siga siendo, y leamos una placa con su nombre en un parque, en una calle, en un edificio público.
Porque como bien decía Miguel Sarabia, recordando a las víctimas de Atocha,
-Hay que decir sus nombres despaciosamente, porque diciéndolos, cobra sentido la Historia y se pone armonía en el Universo.
Voy cumpliendo años y cada día me doy más cuenta de que hay gentes de las que hablan como vivos y que no me lo parecen, mientras que hay algunas personas que dicen que han muerto, con las que me relaciono, a las que nombro con frecuencia, que siguen ayudándome a decidir en cada encrucijada.
Serán cosas de la edad, o de la vida. De esa vida que quiso ver a Román paseando por su amada playa de la Caleta y y por el barrio de La Viña.




