Sindicalismo, sociedad, partidos y política

Muchos nos lamentamos de lo que acaba de ocurrir en la política española. Esa inusitada, surrealista, imprevisible convocatoria de las cuartas elecciones generales consecutivas en menos de cuatro años. La mayoría de la población asiste, entre la indignación y el asombro, a la irresponsabilidad inadmisible de unas fuerzas políticas, que se recrean hablando de Estado, Patria, Nación, mientras parecen ir a lo suyo, siguiendo lógicas que no son las habituales entre el común de los mortales.

Nosotros preocupados por las inundaciones, por los incesantes asesinatos machistas, la subida de los precios, el cambio climático, los empleos inseguros, inestables, precarios; por la imposibilidad de comprar unas viviendas que, sin embargo, alguien tiene que estar comprando, porque no bajan de precio; el inicio siempre caótico del curso de nuestros hijos, las situaciones insostenibles de dependencia de nuestros mayores. Y ellos a lo suyo. A declararse incapaces de llegar a un acuerdo de izquierdas, o cerrados a cualquier posibilidad de facilitar la gobernabilidad del país, desde la derecha.

Se me ocurre que, tal vez, hemos confiado demasiado en la primacía de lo político, ignorando una vez más que la política es de esas pocas cosas importantes que no podemos dejar sólo en manos de los políticos. Las políticas deberían ser decididas en muchos espacios organizativos, que no tienen que ver, tan sólo, con los partidos.

Les hemos dado mucha autonomía, votamos cada cierto tiempo y les dejamos mano ancha, vía libre, independencia hasta de sus votantes. Ahora nos lamentamos de que hacen cosas que nada tienen que ver con nosotros, con la ciudadanía de a pié, con los trabajadores y trabajadoras.

Nuestro sindicalismo, desde sus inicios, tiene una profunda influencia marxista.

Engels, Marx, sus propias hijas (no tanto sus yernos) eran conscientes de que el socialismo estaba condenado a vivir en el ostracismo minoritario de los intelectuales encerrados en sus cómodos y calientes salones, mientras no fueran capaces de entrar de lleno en la defensa de las causas de los incipientes sindicatos, surgidos como reacción a los abusos de la revolución industrial.

Las jornadas de incontables horas, los salarios de miseria, más miserables si eran salarios de mujeres y niños; las condiciones insalubres de trabajo; las viviendas inmundas, sofocantes en verano y gélidas en invierno; las muertes infantiles, los accidentes laborales, el analfabetismo generalizado. Así era el East End de Londres, a donde se encaminaba, cada día, Eleanor Marx. Allí fue donde, cuanto aprendió de su padre, fue convertido en defensa de las mujeres, la infancia, los trabajadores estibadores y el compromiso con cada conflicto obrero.

Allí se fraguó la influencia de las ideas marxistas entre la clase trabajadora (Todo lo que sé es que yo no soy marxista, había dicho el propio Marx). Murió el Moro, ese alemán refugiado al que todos conocemos como Karl, en Londres, en 1883, incapaz de sobrevivir a su mujer Jenny Von Westphallen, fallecida hacía poco más de un año. Una docena de amigos acudió al cementerio de Highgate,  donde fue enterrado junto a Jenny.

Hubo que esperar hasta 1890 para que la primera conmemoración del 1 de Mayo, decidida en el Congreso de París, reuniera 300.000 manifestantes en Hyde Park el día 4 de mayo, domingo. Cifra que se multiplicó por 2 al año siguiente. En los mítines simultáneos, pronunciados en diferentes estrados, hablaron mujeres como Eleanor, a la que todos llamaban Tussy, ancianos como Engels, al que los Marx llamaban General, representantes de otros países y todos los líderes obreros en los oficios que se habían organizado sindicalmente.

Nunca pensó el marxismo que crear partidos obreros fuera una tarea esencial y superior a la de crear sindicatos obreros, u otro tipo de organizaciones que canalizaran la solidaridad de clase y uniera sus fuerzas. Aún menos en el sindicalismo de origen anarquista. Los seguidores de Bakunin, lejos de confiar en la política partidaria, consideraban una traición participar en la estructura política organizada por los dueños del dinero, del capital, aquellos que se habían apropiado de la riqueza y los medios de producción (La propiedad es el robo, había sentenciado Proudhon).

Hubo que esperar a Lenin para engendrar, en la Rusia absolutista y agraria, un partido obrero, de vanguardia, al frente de las masas, fuertemente vertebrado en torno a una minoría dirigente, capaz de imponer el centralismo democrático y la dictadura del proletariado, sin necesidad de desarrollo previo de una poderosa clase trabajadora. Ese partido que más tarde fue convertido, por obra y gracia de Stalin, en partido centralista, sin democracia y en dictadura sobre el proletariado.

El partido que, tan lúcidamente, nos mostró Orwell tomando el  poder en Rebelión en la Granja. El partido que controlaba los sindicatos, las organizaciones sociales, las de artistas, escritores, los Soviets, cada fábrica y cada edificio de viviendas, cada familia y cada persona, gracias a una inmensa burocracia y a una todopoderosa policía política, de la que terminaron surgiendo los herederos del colapso final, como Putin.

Nada que ver con el concepto de dictadura del proletariado que manejaba Engels cuando decía, ¿Queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡He ahí la dictadura del proletariado! Para terminar añadiendo, Si una cosa es cierta es que nuestro partido y la clase obrera sólo puede llegar al poder bajo la forma de una república democrática. Ésta es incluso la forma específica para la dictadura del proletariado.

Bueno, toda esta larga pirueta en el tiempo y la Historia, para intentar justificar la afirmación que he dejado deslizarse al principio de este artículo. Ser diputado o diputada está muy sobrevalorado, mientras que ser sindicalista, miembro de las juntas directivas de una asociación de vecinos, una organización ecologista, feminista, o cultural, parece gozar de mucha menos consideración.

Para algunos y algunas, es sólo un paso necesario y previo para dar el salto a la política, de la mano de los ocurrentes expertos en listas electorales, que buscan siempre algo exótico, distinto, colorido, llamativo, que incorporar en un quinto o sexto puesto de salida.

La política tiene la obligación de ejercer el gobierno de las instituciones respetando y escuchando a la ciudadanía, vertebrada en organizaciones que tienen que ser democráticas en su funcionamiento interno y que no deberían nunca someterse a la primacía de los políticos. La política es cosa de todas y todos y el sindicalismo y la sociedad tienen la misión de relacionarse cara a cara, de tú a tú, con los partidos políticos.

No siempre se ha entendido así, pero o eso, o la dictadura partidaria.

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