El futuro será verde, o no será

El COVID19 trajo de nuevo la recesión, pero mucho más allá de la caída de la riqueza de las naciones, ha golpeado a las personas, en su salud, en sus empleos, en sus relaciones, en su vida cotidiana. Ha golpeado a las empresas, a los gobiernos, a la política de cada país y a la política internacional.

La pandemia no ha venido sola. Tiene lazos y conexiones con un modelo económico agotado y agotador, insostenible, que acaba con la biodiversidad, que lo contamina todo, el aire, el agua, los océanos, que produce desechos, residuos, basura, que se encuentra como componente brutal del cambio climático.

El Coronavirus nos ha desvelado definitivamente que el desarrollo humano no es necesariamente crecimiento, nos ha puesto ante la evidencia de que las personas somos parte de la vida de este planeta y que cuidar la vida, mimarla, preservarla, es nuestra principal tarea como seres vivos.

De entrada, la pandemia redujo las emisiones de CO2. Todos fuimos conscientes de la limpieza del aire en nuestras ciudades. Todos hemos sentido que respirábamos mejor y hemos visto alejarse dolencias cardiacas, asmas, trastornos respiratorios. Pero también hemos podido percibir que ha sido una coyuntura y no un cambio estructural. Sería precisa una reducción mucho más sostenida y perdurable en el tiempo, para notar algunos efectos en el cambio climático.

De otra parte, hay otras cosas que no han ido tan bien. La generación de desechos plásticos, mascarillas, materiales de uso único para evitar contagios, productos médicos, consumos farmacéuticos, han crecido, han aumentado notablemente. Algunos de ellos son altamente contaminantes y difícilmente biodegradables.

La interferencia, que no la interacción, de los seres humanos con la Naturaleza ha producido degradación y fractura de los habitats naturales, deforestación y pérdida de selvas, bosques, ecosistemas, el desarrollo absurdo de una agricultura intensiva que consume abusivamente agua, que hace desaparecer insectos y especies naturales, propiciando y provocando el cambio climático.

Otro de los efectos indeseables de nuestro pateo triunfal de la Naturaleza ha sido el incremento del comercio de especies salvajes y la expansión cada vez más acelerada de nuevas epidemias, o pandemias como el Ébola, VIH, SARS, MERS, ZIKA, Nilo…

Si queremos tener algún futuro ante el colapso de este modelo económico y social y frente a la extinción, no del planeta, sino de nuestra propia especie, no podemos dar un solo paso atrás, permitir retroceso alguno en políticas sociales y medioambientales.

Debemos desarrollar potentes políticas de empleo y de protección social. Debemos apostar por la sanidad pública y la educación, impulsar el ahorro energético, los transportes públicos. Es nuestra obligación promover el ahorro energético, la restauración de ecosistemas degradados, la investigación  sobre energías renovables, la descarbonización del sector de la energía, la economía circular, la innovación industrial.

Hay quienes exigen la inmediata recuperación de la actividad económica, al parecer la economía nos exige aprender a convivir con el virus. Así lo hicimos en España desde que se levantó el estado de alarma, intentamos recuperar actividad social y económica cuanto antes, como mucho con gel en las manos y mascarillas tapando nuestra cara, pero sin distancia social en los empleos, en los transportes, en las terrazas, en los parques.

Lo único que hemos conseguido es un rebrote del virus y de nuevo a centrar todos los esfuerzos sanitarios en el COVID-19. De nuevo a postergar diagnósticos, tratamientos, intervenciones, seguimientos, pruebas de otras enfermedades, de nuevo los contagios, las hospitalizaciones, las muertes.

Algo hemos aprendido de la anterior curva de contagio, pero no pinta bien si tenemos en cuenta que las camas hospitalarias son limitadas, los profesionales escasos, las UCIs pocas, los tratamientos aún en estudio y las vacunas aún en proceso largo de investigación.

Los organismos internacionales ya nos alertan de que el intento de acelerar la recuperación económica puede venir acompañado de rebrotes, o de la recuperación de inercias que ya no tienen futuro económico, ni de empleo, produciendo la cristalización de estructuras no viables. El efecto boomerang puede devolvernos al punto de partida en cualquier momento. Lo estamos viendo en Madrid, en toda España, en buena parte de Europa.

No podemos combatir el virus desde un solo país, estamos ante una tarea mundial tremendamente difícil, si somos conscientes de la casi imposibilidad de entendimiento político en este rincón del planeta, en nuestra madre España, este país de todos los demonios.

La cooperación internacional va a ser imprescindible para superar el coronavirus y afrontar un futuro que cambie nuestras ciudades, mejore el ambiente, proteja las vidas. Y eso significa una agricultura, una industria alimentaria, una producción industrial, unos servicios sostenibles.

Significa el desarrollo de nuevos empleos dedicados a proteger el agua, el suelo, la biodiversidad, evitar la contaminación, controlar el uso de productos insecticidas, reconstruir espacios urbanos y de convivencia que protejan la salud, atiendan a las personas y defiendan el medio ambiente.

Ese tipo de empleos, a los que algunos llaman verdes y otros llaman sociales, deben considerarse prioritarios y exigen nuevas competencias profesionales y abundantes recursos públicos y privados. El futuro será verde, en la economía, en la sociedad, en el empleo o, simple y llanamente, no habrá futuro.

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