Vivimos tiempos de eterno retorno. Volvemos de las vacaciones para reencontrarnos con el círculo vicioso de un Madrid que se enroca constantemente, obligando a España a transitar por un desorden organizado, en una distorsión permanente y una disfuncionalidad que, paradójicamente, funciona.
Volver a Madrid en trenes que se paran en mitad de un túnel, o en mitad de un desierto, siempre en mitad de la nada. Desembarcar en las playas normandas de la capital, declaradas zona de guerra en la que todos los días mueren árboles, se encementan jardines y quedan atrapados miles de coches tripulados por incautos ciudadanos entregados a la aventura de llegar al trabajo a la hora.
Misión imposible, ésta de llegar al trabajo en tiempo y forma, para cuantos se introducen desprevenidos en las fauces y en los vientres de trenes de cercanías que ven cercenados sus itinerarios y llegan tarde, o no llegan, o te desembarcan en lugares a mitad de camino.
Fueron aquellos Alfonso y Felipe de dudosa trayectoria, los que decidieron que los trenes fueran sustituidos por autopistas hasta que España no fuera reconocible ni para la madre que la parió. Aún hoy pagamos el precio de la desinversión sistemática y programada en ferrocarril.
Todo tenía que ser veloz, rápido, acelerado. Todo viaje debía ser realizado a alta velocidad. No a velocidad convencional, ni tan siquiera a velocidad alta. No, a alta velocidad. A alto precio. Con altos costes de inversión y con un legado de deudas pendientes en modalidades de transportes tan necesarios como las cercanías.
Volver a Madrid para comprobar cómo un ministro entre bocazas, vocero y bocachanclas, se empeña en culpar a la oposición de los desastres en los trenes, mientras no duda en presumir de que el tren vive el mejor momento de su historia.
Y claro que el ministro no es mejor, ni peor, que el alcalde. La ciudadanía lleva años viendo cómo los ministros de los trenes y el alcalde capitoste y capitalino, se entregan a la frenética danza de presumir de destruir árboles, abordar obras sin orden ni concierto, construir muros inútiles como barreras contra el ruido frente a las casas del vecindario de Atocha.
Concejales, alcaldes, ministros, políticos del gobierno de turno y de la oposición correspondiente, que viven al margen de las necesidades de la gente, que no atienden protesta alguna. Hasta instituciones como el Defensor del Pueblo son ninguneadas y terminan por lavarse las manos, abandonar, desistir, cursar cartas con disculpas increíbles, inusitadas, inexplicables.
Acabamos de retomar las calles intransitables de Madrid, cuando el jefe del ministro inaugura el curso político en un lugar tan inusual e impropio para estos menesteres, como el Instituto Cervantes. Sin duda se trata de una velada alusión a los libros de caballerías, a la locura y al realismo carpetovetónico que inunda el alma patria.
Una inauguración del curso político repleta de palabras como éxito de país, un país mejor, cargados de proyectos, optimista, energías renovadas, las mismas ganas de siempre, España vive uno de sus mejores momentos. Conceptos todos aderezados con migraciones circulares, combate contra la violencia de género, o la vivienda como tema central del gobierno.
Banderines de enganche siempre agradecidos. Basta repasar las noticias en las que el gobierno ha prometido construir 20.000, 50.000, 100.000, 184,000 234.000 viviendas. No menos ha prometido la oposición. Nuestra inefable presidenta, promete a la inversa, en declive, en decadencia. Primero 25.000, luego 15.000 para rematar prometiendo ahora poco más de la mitad.
Luego se extrañan, unos y otros, de que la ciudadanía desconfíe de la política. Aunque, tal vez, no desconfían de la política, sino de los políticos. De esos personajes que han convertido la política en forma de vida, en puerta giratoria, en negocio tal vez legal, pero no legítimo, ni ético, ni aceptable.
Son los tiempos que vivimos, los que intentan convencernos de que no hay otros. Pero aunque hayamos caído una y mil veces en esa trampa, nada va a hacerme dudar de que hoy, en este momento, en estos días aciagos de malos políticos, otra política es aún posible.
Espero no equivocarme. Una vez más. Espero no equivocarme una vez más.