Existe una valoración desproporcionada de la libertad. Algunos gobernantes, o gobernantas, se encargan de sobredimensionar la libertad en sus aspectos más ridículos, como tomar cañas a cualquier hora del día y en cualquier lugar, sin reparar en que toda libertad es tan sólo un ejercicio de una responsabilidad, tal como afirmaba Paulo Freire.
El problema es que la libertad no es posible si se ejecuta contra las personas, contra el bien común, bordeando los resquicios de la ley. A fin de cuentas no todo lo que es legal es ético, ni justificable. Es frecuente pretender ejercitar la libertad impelidos por modas, por tendencias sociales impuestas, o por influencia de las redes sociales.
Podemos pensar que nosotros tomamos las decisiones, que ejercemos nuestra libertad, pero también es cierto que nuestros datos, facilitados por nosotros mismos, son utilizados por las grandes corporaciones para poner en marcha potentes campañas de publicidad, mecanismos de persuasión, herramientas de desinformación, para predecir nuestro consumo antes de que nosotros mismos lo sepamos.
Nuestras adicciones a los móviles, aplicaciones y redes sociales. El tensionamiento en alza de nuestras sociedades, forman parte de esta libertad programada a la que vivimos condenados. Casi imposible, en este contexto, asumir plenamente el ejercicio de nuestra libertad como una forma de responsabilidad.
Es muy difícil, como ciudadanos y consumidores, hacer frente a esta situación. Renunciar a la gratuidad en nuestro trasiego por internet, a cambio de preservar nuestros datos, no es tarea fácil. Continuamente permitimos que nuestros datos sean utilizados con la disculpa de personalizar las ofertas publicitarias que nos realizan.
Cada vez somos más conscientes del uso que han hecho de nuestros datos, con nuestros teléfonos, nuestras fotos, nuestras imágenes, nuestros contactos, nuestros comentarios, o preferencias. Nos hemos dado cuenta de que recibimos mensajes publicitarios en función de las conversaciones que mantenemos con compañeros, conocidos, amigos.
No sabemos cómo lo hacen, ni con quién contratan nuestros datos, pero sabemos que lo hacen. Tal vez podrían hacerlo de forma más transparente, pero lo cierto es que cada día nos sorprenden con una nueva noticia sobre barreras que traspasan las grandes corporaciones, de forma cada vez más encubierta, a través de otras empresas especializadas en estos servicios.
Los data brokers, los traficantes de datos, los sacan de nuestras actividades en las redes sociales y los venden, los intercambian, los negocian con otros. Así consiguen una publicidad, un marketing personalizado, unas ofertas que miden con precisión nuestros intereses, nuestras posesiones, lo que necesitamos y planifican lo que vamos a necesitar, aunque ni nosotros lo sepamos aún.
Nuestros datos en bruto son medidos, analizados, sometidos a combinaciones de todo tipo para inferir, para deducir, nuestros intereses, nuestras demandas futuras. Crean nuestros perfiles y se los venden a los que quieren vendernos a nosotros. Utilizan para ello decenas de miles de servidores que procesan millones, billones, trillones de datos, con un consumo energético desbocado.
Controlan a cientos de millones de consumidores por todo el planeta y conocen miles de datos de cada uno de ellos. Luego descargan sobre nosotros mismos la responsabilidad de semejante abuso, por el hecho de cederles nuestros datos cada vez que autorizamos utilizar gratis un servicio.
Nadie va a responsabilizar a las grandes corporaciones de los desmanes que se producen en nuestras vidas a costa de negociar con nuestros datos. De la misma forma que es nuestro consumo individual y no el abuso extractivo y productivo, el que produce el cambio climático.
Ellos manipulan, han llegado a los gobiernos que dirigen el tráfico de nuestro mundo, manejan nuestro consumo y terminan por echarnos la culpa del desorden planificado en que nos han instalado. Así son las cosas hoy, porque así consiguen que nos parezcan.