Nos vemos embarcados en avances tecnológicos acelerados en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana. De pronto no sabemos qué ocurrirá cuando se ponga en marcha la computación cuántica. No sabemos qué efectos tendrá que las máquinas manejen cúbits en lugar de bits.
No tenemos ni idea de lo que significan ni bits, ni cúbits, ni qué narices significa computación cuántica. Pero seguro que podremos percibir qué efectos tendrná sobre la producción, la prestación de servicios, el empleo, o los modelos de formación.
Hay quienes nos avisan de que muchos empleos actuales serán sustituidos por máquinas. Otros anuncian el advenimiento de una sociedad automatizada, en manos de las máquinas. Máquinas que tomarán decisiones de forma autónoma. Los mejor pensados, o los que cobran de este cuento, anuncian que quedaríamos liberados del trabajo. Los menos optimistas anuncian que, lo que es peor, nos veremos privados de nuestras actuales formas de sustento. Porque una cosa es no trabajar y otra muy distinta dejar de tener ingresos.
La experiencia adquirida en revoluciones anteriores nos indica que desaparecieron muchos puestos de trabajo, pero que fueron sustituidos por otros. Ahora podría pasar lo mismo, pero no es necesariamente lo que va a ocurrir, si tomamos en cuenta el alto nivel de desarrollo tecnológico que estamos alcanzando.
Los primeros marxistas, incluido Karl, allá por el siglo XIX se hacían eco de algunos pensadores que predecían la existencia de fábricas completamente robotizadas, lo cual ocurre ya en nuestros días. Fábricas, almacenes, empaquetado y hasta distribución tienen un alto grado de automatización.
Un debate que proviene ya de hace 30 años nos prevenía sobre el fin del trabajo. El proceso no ha hecho más que acelerarse en los últimos tiempos, dando lugar a la automatización de numerosos procesos, hasta el punto de que la población percibe los beneficios de las nuevas tecnologías, pero buena parte de ella expresa sus miedos y sus dudas ante la desaparición de cientos de profesiones. Hay quien habla de la mitad de las profesiones actuales sustituibles por máquinas.
La organización del trabajo y el trabajo mismo se encuentran a merced de los cambios tecnológicos. No sólo las tareas repetitivas de la cadena de producción se ven amenazadas, sino aquellas otras tareas complejas que requieren cualificaciones medias y hasta superiores. El abogado, el cirujano, pueden verse sustituidos por una máquina.
La famosa Cuarta Revolución Industrial, inventada por ingenieros alemanes en la Feria de Hannover, hace ya décadas, se ha convertido en la disculpa, justificación, coartada, para el gran negocio que se ha puesto en marcha a nivel planetario.
No es ya la industria 4.0 que nos permite definir las grandes transformaciones productivas en las industrias tecnológicas. Es el paso siguiente a las revoluciones anteriores del vapor, la de la electricidad y la de la informática. No hace ni diez años, desde que el Foro de Davos bendijo el nuevo término de Cuarta Revolución Industrial.
Las computadoras ya sustituían trabajo humano, monótono, mecánico, rutinario en procesos fordistas de fabricación en cadena. La máquina era programada, establecía códigos y ejecutaba tareas, igual o mejor que una persona. Es recientemente cuando la minería de datos, o las posibilidades de aprendizaje de las máquinas, han permitido que tareas no rutinarias puedan ser automatizadas y ejecutadas por máquinas.
El trabajo humano adquiere otra dimensión. Necesitamos filósofos y pensadores que orienten estos cambios. Necesitamos formación ética generalizada. No todo vale. El dinero no lo es todo. El poder sobre las personas debe tener controles y límites. No parece que nuestro mundo desnortado camine por esos senderos, pero es lo que hay que hacer.
Necesitamos personas que supervisen, corrijan y autoricen procesos desarrollados por las máquinas. Necesitamos personas que mantengan, suministren, reparen, programen. Hoy en día una máquina puede diagnosticar, establecer tratamientos y hasta intervenir quirúrgicamente, pero un médico debe tener siempre la última palabra y el control de los procesos. Y lo mismo ocurre en otros muchos campos.
La penúltima revolución industrial está en marcha, mientras nuestros políticos andan a la greña y mientras el mundo se precipita hacia el caos. Triste, pero cierto.