Para el 2020, inteligencia

Palabras como realidad virtual, big data, brecha digital, robotización, ciberespacio, o algoritmo, han pasado a formar parte de de los escenarios cotidianos por los que transitamos. La nueva realidad de eso que llaman inteligencia artificial.

El mundo empresarial, la política, las relaciones personales, el trabajo, el consumo, la cultura, el día a día de nuestras vidas, han sufrido profundas y radicales transformaciones en muy poco tiempo. La verdad es que los seres humanos debemos ser extremadamente flexibles, o se han producido cambios profundos en nuestra cosmovisión, cuando aceptamos la situación como inevitable, incontenible y hasta ingobernable.

Si en el siglo XIX no faltaron ludistas dispuestos a destrozar las máquinas, las primeras cosechadoras en los campos y textiles en las fábricas, no aparecen en el horizonte los modernos seguidores de Ned Ludd, que la emprendan a trompazos, golpes y porrazos con los ordenadores, los móviles (a los lectores que los lectores latinoamericanos llaman celulares),  los robots en las cadenas de producción, los que nos venden entradas, o los que nos operan en un hospital.

La inteligencia artificial es una realidad en nuestras vidas, a golpe de algoritmos que predicen nuestras necesidades, proveen soluciones y hasta planifican nuestros próximos gustos y deseos.  Gestionan nuestro tiempo, el de trabajo, el de ocio y hasta el de sueño.

Hay quien cree que las oportunidades para la libertad se multiplican, mientras que otros piensan que el Gran Hermano de Orwell ha dejado de ser una novela turbadora, llena de amenazas, para convertirse en una realidad diseñada con criterios más pensados para un imperio, que para una democracia. No todo está escrito sobre futuro, pero cada día será más difícil que lo escribamos nosotros.

Bueno, estamos en las fiestas navideñas. Entramos en una nueva década. Los jóvenes disfrutan de vacaciones y los niños, además esperan sus regalos de Reyes. No es cosa de amargarnos más de la cuenta en las cenas y celebraciones que ya vendrá el año con sus rebajas, con sus propios avatares.

La inteligencia humana, cargada de racionalismo, tecnología y regada con mucho dinero, ha dado a luz una inteligencia artificial a su imagen y semejanza, como si dioses creadores hubiéramos terminado siendo. Lo predijo Mary Shelley cuando hace ya 200 años, en un extraño y frío verano suizo, durante una noche tormentosa, pergeñó el borrador de su Frankenstein, o el moderno Prometeo.

Hay quien se sorprende de que pronto vayamos a mandar exploradores a Marte, mientras que el fondo de nuestros océanos sigue siendo un misterio. No menos asombroso es que creemos inteligencias artificiales, cuando despreciamos sistemáticamente la inteligencia de la naturaleza.

Nos ha costado mucho tiempo y hasta no pocas vidas ir rebajando la soberbia de la especie humana hasta aceptar que la Tierra no es el centro de nada y que ni tan siquiera el Sol, o nuestra galaxia lo son. Ahora nos toca aceptar que tampoco nosotros, los humanos, somos el centro. Una especie más, navegando junto a otras muchas especies, en una nave llamada Tierra, por un universo compuesto por  billones de galaxias.

Inteligencia significa elegir entre dos cosas. A veces entre más. Tampoco en esto los humanos somos ni los únicos y puede que ni tan siquiera los mejores, si tenemos en cuenta la que estamos liando en el planeta, destrozando un equilibrio siempre inestable y amenazado.

Cualquier célula de nuestro cuerpo está acostumbrada a tomar decisiones que afectan a nuestra vida, o a nuestra muerte. Los hongos unicelulares se organizan para encontrar alimento y sobrevivir. No tienen cerebro, pero se comportan de manera inteligente. Las plantas modifican su comportamiento para responder a los cambios en su entorno. Toman decisiones. Eligen. Sobreviven si aciertan, o desaparecen si se equivocan.

Damos por supuesto que los animales se guían por su instinto, esa información con la que han nacido, pero nos demuestran que son capaces de aparcar su instinto y gestionar nuevas informaciones para reaccionar ante situaciones nuevas y cambios en su entorno. Se automedican con eficacia y utilizan instrumentos.

Sinceramente, voy creyendo que los seres humanos somos muy buenos en según qué cosas, pero no necesariamente los mejores y más preparados para adaptarnos y sobrevivir. Y me da la impresión de que, al final, esto del futuro, va a ir de supervivencia. De capacidad de evitar la autodestrucción y de aprender a vivir con los otros seres vivos.

No me parece algo muy distinto, vamos a ponernos navideños, del espíritu franciscano, del que Bergoglio ha tomado el nombre para asumir el papado. Hermano sol, hermana luna, hermano lobo, hermanas aves, hermana muerte… Nada muy distinto de lo que creían (y siguen creyendo) los pueblos indígenas americanos, desde las Grandes Praderas, hasta la Amazonía, o los Andes.

Hemos perdido demasiado tiempo en ambiciones, conquistas, tomas del poder, ganancias de dinero y guerras inútiles. Demasiado empeño exterminando y recluyendo en reservas a los indios del Norte, colonizando y explotando a los indios del Sur, que siempre buscaron conectar lealmente con la inteligencia de la naturaleza. Ahí siguen en Perú, Bolivia, Ecuador, defendiendo la vida y el Amazonas. Ni voz ni voto en la famosa, pretenciosa y autoproclamada ambiciosa Cumbre del Clima.

No sería malo que parásemos un momento a dialogar respetuosamente con esos indígenas (esos shuar amazónicos de los que hablé en un anterior artículo, sin ir más lejos) y recuperar una parte de esa inteligencia natural, que está aquí cerca y que nunca debimos perder.

Por lo demás, Felices Fiestas y Mucha inteligencia para 2020.

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