Desempleo, subempleo y trabajos de mierda

Hay muy pocos trabajos de los que podamos decir que satisfacen plenamente las necesidades económicas y personales. Sin embargo, aquellas personas que no trabajan son consideradas poco respetables. Quienes no trabajan son vagos, subvencionados.

Por un lado estarían las gentes de bien, los que trabajan, los que ganan un sueldo que les permite gastar, poseer, sentirse bien. Por otro lado, quienes no trabajan, viven en la pobreza y obtienen sus recursos de los demás.

Sin embargo, trabajar garantiza cada vez menos la suficiencia económica y la autonomía personal. Cada día son más las personas que trabajan y necesitan otro tipo de ayudas externas para sobrevivir. Son los trabajadores pobres. Los que tienen un empleo tan precario que tienen que recurrir a la familia, a los servicios sociales para cubrir sus necesidades.

El trabajo sigue siendo una exigencia social, pero el trabajo ha dejado de ser una de las mejores maneras de integrarse en la sociedad. El trabajo que satisface a la persona y le otorga recursos y derechos es cada vez más infrecuente.

Por eso hay cada día más trabajos improductivos, basura, de mierda, innecesarios. Trabajos que bien analizados aportan muy poco a la cadena, pero que ocupan a muchas personas. Son muchos de los trabajos de directivos, encargados, capataces, intermediarios, comisionistas, burócratas, asesores y personajes similares.

David Graeber, en su libro Trabajos de mierda, habla de todos esos trabajos y constata que, por el contrario, toda una serie de empleos que se han puesto de relieve como empleos esenciales y socialmente necesarios en los recientes tiempos de la pandemia, son los empleos peor pagados, los más duros y menos reconocidos.

Una limpiadora, una sanitaria, una auxiliar de ayuda a domicilio, o cuidadora de personas dependientes, los repartidores, o una cajera de supermercado tienen muchas papeletas para tener un mal salario y verse sometidas a la precariedad laboral. Nuestra sociedad es un fingimiento permanente en el que lo peor valorado es, sin embargo, lo más necesario.

Podríamos haber cumplido las profecías de nuestros economistas de cabecera, como Keynes, que hace ya casi cien años predijeron que los grandes avances tecnológicos permitirían reducir el tiempo de trabajo en los países más desarrollados. Sin embargo eso no ha pasado.

No trabajamos hoy 20 horas semanales pese a que las posibilidades tecnológicas lo harían perfectamente posible. Muy al contrario justificamos la existencia de empleos y trabajos que todos sabemos que no son necesarios, pero que les vienen bien a quienes dirigen nuestros destinos.

Si algo ocurrió tras la revolución industrial es que descendieron los empleos agrarios, pero en el medio plazo disminuyeron también los empleos industriales y los trabajos de las mujeres que se dedicaban al servicio doméstico. Por el contrario aumentaron durante el siglo pasado los empleos en los servicios. Se multiplicaron las personas empleadas en todo tipo de servicios, los comerciales, inmobiliarios, mandos intermedios, gestores.

Junto a la realidad de empleos inútiles, existen, en estos momentos, muchos puestos de trabajo que no son cubiertos. Países como el nuestro, con altos niveles de paro, comprueban cómo hay sectores de la hostelería, los cuidados personales, la construcción, los camioneros y transportistas en los que no se encuentran trabajadores.

Aún no hemos digerido bien estas situaciones contradictorias. Ni en los gobiernos, ni en los sindicatos, ni en los sectores empresariales. Estamos ante una nueva realidad de trabajos que no integran, no son decentes, no aseguran los recursos económicos necesarios, Trabajos que no nos liberan, sino que nos conducen al miedo y nos esclavizan.

Con la disculpa de una mayor flexibilidad que favorezca la competencia hemos mordido el anzuelo de la inseguridad, la precariedad, los trabajos basura y el trabajo indecente. Ya sé que nos atenazan problemas muy graves, colapsos, guerras, cambio climático, extinciones masivas, pero sin tardanza tendríamos que plantearnos qué futuro queremos para el trabajo porque, en parte, ese será el futuro de nuestra sociedad.

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