Vivimos una guerra declarada para conquistar un nuevo mundo digital y verde. O al menos esos dicen. La pandemia, la guerra de Ucrania y la propia guerra de exterminio emprendida por el gobierno de Israel contra el pueblo palestino, son meros escenarios propicios para acelerar los procesos de transformación social, política, económica, en marcha.
En el alto mando de la operación se encuentran grandes corporaciones económicas, poderosos clubs, think tanks, e instituciones nacionales e internacionales, entregadas a la causa de dar impulso y poner los medios para alcanzar una sociedad tecnológicamente avanzada y respetuosa con el medio ambiente, siempre que ese medio ambiente se ponga al servicio del negocio.
Y en la avanzadilla de las tropas, inmediatamente después de los opinadores, medios de comunicación, influencers, políticos y personajes de reconocido prestigio, se encuentran las brigadas de profesores, entrenados durante el confinamiento, para afrontar el proceso de digitalización de jóvenes, ninis, mayores, inmigrantes y todo tipo de grupos sociales más o menos desfavorecidos. Nadie puede quedar al margen de la cruzada emprendida en el planeta, desde las universidades hasta los colegios.
La economía se pinta de verde, los puestos de trabajo se digitalizan y todo el esfuerzo inversor de modernización de la docencia se encamina a capacitar al profesorado para inculcar esas nuevas actitudes en cualquier tipo de alumnas y alumnos y en cualquier tipo de centro educativo, entrenar en esas nuevas aptitudes, desde la universidad a los centros de trabajo, pasando por los centros de Formación Profesional.
Las funciones del profesorado, la cualificación inicial, los requisitos para el acceso a la función docente contemplan cada vez mayores exigencias de experiencias, prácticas, formación inicial, competencias digitales, junto a una ordenación y regulación forzosa, cada vez mayor, de su DPC (Desarrollo Profesional Continuo).
Este tipo de profesionales necesita cada vez más tiempo y esfuerzo para coordinarse con sus compañeros y para interactuar con las empresas del entorno, realizando prácticas formativas en las mismas. Hay países que establecen de forma regular periodos de trabajo de los ingenieros y puestos directivos en los centros educativos, que pueden prolongarse incluso durante varios años.
El profesorado se ve inmerso en un proceso de permanente adaptación a los cambios y los trabajadores de las empresas productivas y de servicios ofrecen su conocimiento y experiencias al profesorado y alumnado de los centros de Formación Profesional, al tiempo que los docentes realizan parte de sus funciones en las empresas.
La idea no es mala, está de moda, es exitosa y favorece tener a mano una formación adecuada a las necesidades presentes y a las inmediatamente futuras, así como la inserción laboral rápida de muchos estudiantes en puestos laborales para los que se preparan de forma muy ágil y flexible.
Otra cosa es que todo el esfuerzo innovador e inversor deba dirigirse de forma acrítica hacia la pomposamente denominada next generation. A fin de cuentas esa nueva y futura generación no sabemos, en muchos casos, qué demandará, qué necesitará y no podemos olvidar mantener la capacitación pedagógica, la gestión adecuada de los recursos, el cuidado de la calidad y satisfacción que produce la enseñanza, la elaboración de materiales adecuados, o el entrenamiento en las propias labores de tutoría personalizada.
Lo cierto es que la digitalización acelerada y la ecologización de muchos puestos de trabajo han venido para quedarse. Lo cierto es que la función docente requiere hoy la utilización de nuevas herramientas que faciliten mayor flexibilidad, más intercambio de experiencias y materiales docentes, el uso de plataformas educativas y un apoyo decidido de las instituciones.
Hablar de educación inclusiva, de interculturalidad en las aulas, de salud mental, de atención a la discapacidad y a la diversidad, de fomento de la tolerancia para evitar desmotivaciones y abandono escolar temprano, va a requerir un trabajo permanente de reflexión, formación, experimentación, innovación y divulgación mayor del existente.
Eso es lo que pueden facilitar las nuevas tecnologías, que, en ningún caso, van a suplir el papel y las funciones fundamentales del profesorado y de los formadores. El Desarrollo Profesional Continuo (DPC) de los docentes en todos los niveles educativos, se convierte en un reto en todos los países y en el conjunto de la Unión Europea.
Sólo si entendemos que nuestros docentes son la llave para un correcto desarrollo de esta nueva etapa del desarrollo económico y social podremos asegurarnos de que las transformaciones se producirán con dimensión humana. Sólo contar con docentes bien formados y satisfechos a nivel profesional y personal, puede asegurarnos un futuro tan incierto como el que tenemos por delante.