Desde que comenzó la crisis económica a golpear, con una saña creciente e inusitada a Europa, allá por el año 2008, hemos escuchado hablar mucho del desempleo juvenil. Países como el nuestro, que han visto crecer el paro de los jóvenes hasta superar el 50 por ciento, se han convertido en el paradigma de este desastre y hemos podido comprobar cómo hasta el Papa Francisco ha puesto a España como el peor de los ejemplos de pérdida de generaciones enteras para el futuro.
Esta dramática situación puede hacernos olvidar otros dramas humanos que ha traído consigo la crisis. El drama del desempleo femenino, el de los adultos mayores de 45 años, el los adultos no cualificados. Porque aunque cada vez pesan menos en el conjunto de la población, esas personas de entre 25 y 64 años con baja cualificación suponen en Europa un grupo de más de 70 millones de personas. Su nivel medio de paro en Europa es del 17 por ciento y, en España supera un 31 por ciento. Es decir, uno de cada tres adultos poco cualificados está parado.
Como la mayoría de los puestos de trabajo requieren más nivel de cualificación, la situación de paro de estas personas es cada vez más crónica e irremediable. Pero, a la vez, son el grupo de personas menos propenso a abordar un proceso de formación, hasta el punto de que sólo un 3´9 de los adultos poco cualificados, participó en algún tipo de formación, frente al 9 por ciento de media. Son precisamente los titulados universitarios los que más formación demandan, participando el 16 por ciento de ellos en alguna actividad formativa, a lo largo de 2012.
Cuando tienes un nivel de cualificación bajo, no sólo careces de las habilidades necesarias para un puesto de trabajo, sino para la mayoría de los puestos de trabajo, precisamente porque no cuentas con “competencias básicas”. Cosas tan sencillas como la aritmética, la lectura, la escritura, la informática, la comunicación fluida. Saber desenvolverte en un ámbito laboral nuevo y extraño.
La baja cualificación y la falta de esas competencias básicas, hace que se convierta en más difícil encontrar ofertas variadas de empleo, información sobre vacantes, entender los requisitos, al tiempo que los Servicios Públicos de Empleo contemplan muy poco los problemas de este colectivo, cuando son, sin embargo, sus mayores usuarios. Porque las personas con alto nivel formativo recurren menos a las ofertas procedentes de estos Servicios Públicos.
Todo lo que puede empeorar, termina empeorando. Muchos empresarios optan por los mayores niveles de cualificación para ocupar puestos de trabajo que no requieren, ni mucho menos, tanta preparación. La sobrecualificación es una realidad agudizada por la crisis y que dificulta aún más que las personas con baja cualificación encuentren un empleo.
La experiencia de estas personas en su etapa de escolarización suele ser poco satisfactoria. Abandonaron pronto los estudios y volver a estudiar se convierte para ellos en una barrera infranqueable. Además de que, hasta para formarse, sienten una competencia feroz de quienes tienen más cualificación, que no compiten tan sólo en mejores condiciones a la hora de encontrar un puesto de trabajo.
En nuestro país, las políticas consisten, en demasiadas ocasiones, en entonar cantinelas venidas de algún lugar exótico o investido de prestigio. No solucionan los problemas, pero cansan al personal y suscitan intensos y absurdos debates, predecesores del siguiente debate. Mientras, los espabilados de turno continúan su inmenso y secular negocio, con las necesidades de la gente. Algo así está ocurriendo con el cacareo de autoridades sobre la formación dual, cuando hay tantos modelos de formación dual como países y, en nuestro caso, como Comunidades Autónomas.
Los adultos necesitan aprender en un puesto de trabajo, o en un entorno laboral, aunque sea en un entorno simulado en un centro de formación profesional. Pueden combinar formación con aprendizaje y prácticas laborales en una empresa. Eso se denomina formación dual, en muchos sitios. Pero no basta ponerlo en una ley o decreto. Hay que asegurar determinadas prácticas y factores que aseguren el éxito.
Las personas adultas tienen conocimientos previos, habilidades adquiridas a lo largo de toda la vida. Por eso los servicios de orientación, que evalúen esos conocimientos y habilidades, para motivar a la persona que inicia el proceso de aprendizaje, es un elemento esencial. Retornar al aula puede generar incomodidad, mientras que aprender en un ambiente de trabajo, puede convertirse en un incentivo importante.
Adquirir competencias para encontrar empleo, junto a las más específicas de un puesto de trabajo, permite desarrollar la responsabilidad, la adaptación a un entorno de trabajo, establecer relaciones de confianza, compromiso, cooperación, con las compañeras y compañeros. Este tipo de formación debe permitir el acceso directo al empleo. Una relación mayor entre centros de formación y empresas, creando mecanismos de conexión y evaluación conjunta.
Pocos son los países que desarrollen competencias clave para personas desempleadas con bajos niveles de cualificación. Francia, Alemania, o Dinamarca son buenos ejemplos. Es necesario que este aprendizaje, tenga el reconocimiento en el marco del Sistema Nacional de Cualificaciones, formando parte de la carrera profesional de la persona, abriendo puertas para posteriores procesos formativos. El reconocimiento educativo y laboral de esta formación es también un elemento esencial.
Dos últimos aspectos. La financiación y dirección de estos procesos debe realizarse desde la cooperación entre administraciones, empresas y sindicatos. Los centros de formación deben especializarse en la especificidad de formar en conexión con la realidad laboral concreta. Por otro lado, las personas que acceden a estos programas, parten, en muchos casos, de dificultades personales importantes. Una economía familiar difícil, junto a problemas para desplazarse, conciliar la vida formativa y laboral con la personal, el cuidado infantil, que deben tomarse en cuenta y ser atendidos.
Perder el empleo, teniendo una baja cualificación, supone para muchas personas caer en un pozo del que será difícil salir sin ayuda. Supone perder muchas oportunidades de vivir una vida digna, sustentada en un trabajo decente. Supone, en muchos casos, una muerte laboral y civil injusta e inaceptable.
Los programas de empleo basados en la formación en el puesto de trabajo pueden ser una solución para estas personas, a condición de que los responsables políticos entiendan que no basta legislar, aprobar normas y realizar declaraciones, sino que hay mucho trabajo pendiente para allegar recursos, establecer mecanismos de cooperación entre empresas, administraciones, sindicatos y centros de formación. Hacer sentir a las personas adultas, desempleadas y con baja cualificación, que volver a aprender es una oportunidad para volver a vivir.
Francisco Javier López Martín