Empleabilidad. Esa es la palabra. Toda institución educativa tiene como objetivo prioritario la empleabilidad. Todas las instituciones vinculadas al empleo, a la formación, a la economía, se quiebran la cabeza para medirla y para alcanzarla. Empleabilidad.
La empleabilidad significa, sin embargo, cosas muy variadas. Es un concepto cargado de numerosos y diversos significados. La empleabilidad concebida como un ajuste de competencias de las personas a las necesidades del mercado, a los requerimientos de las empresas. Así se justifican los injustificables cambios constantes en los programas formativos.
Pero también la empleabilidad como mejora de las capacidades de encontrar empleo, buscar apoyos, conseguir que alguien te oriente y te abra camino, puertas. Si no te pliegas a las necesidades del mercado, al designio de las empresas, si no tienes ni idea de los trucos para encontrar empleo… te falta empleabilidad, no tienes suficiente motivación. Eres un fracasado.
Tener trabajo, o no tenerlo, es asunto tuyo, responsabilidad de cada uno. Si no encuentras empleo es porque tienes algún problema personal. Es culpa tuya. No tienes formación adecuada, no estás bien orientado, te falta motivación, no sabes qué hacer con tu vida. Eres inempleable.
Eres competente, o no lo eres. Eres empleable, o eres inempleable. No eres competente, ni empleable, pero es que además no eres competitivo. En algún momento te has creído eso de que hay que trabajar en equipo y por el bien común. Grave error.
Los organismos internacionales, europeos, nacionales establecen una relación directa entre la formación inicial, las competencias que consigues, la titulación que obtienes, la calidad del empleo que encuentras y la formación permanente que necesitarás.
El éxito de las instituciones y centros de formación se mide en función de los empleos que consiguen para quienes se formaron en ellos. Luego en sus memorias, en su publicidad, en los actos que organizan y eventos en los que participan, airean los indicadores de empleabilidad que consiguen.
Una de las obsesiones del momento es la de saber qué empleos serán necesarios en el futuro, que especialidades serán las más demandadas. Unos hablan del ecommerce, otros de ciberseguridad, arquitectos cloud, analistas de datos, expertos en nanotecnología, o abogados especializados en temas como la propiedad intelectual en la era de la Inteligencia Artificial (IA).
Sin embargo pocos se paran a pensar que seguiremos necesitando muchas camareras de piso, muchos repartidores. Y no te cuento la cantidad de electricistas, fontaneros, o albañiles que seguiremos necesitando y que abundan cada vez menos.
En pocos de esos foros, medios de comunicación, eventos, veremos que se habla de esos empleos que son y serán cada vez más demandados. Me refiero a esos empleos que tienen que ver con los cuidados de nuestros mayores, la atención a la infancia, el mantenimiento físico. Empleos demandados y que exigirán mayores cualificaciones.
Lo que nadie niega es que mayores niveles formativos producen más oportunidades de encontrar un puesto de trabajo. Eso sí, esos mayores niveles de preparación producen que los jóvenes tengan que aceptar puestos de trabajo para los que se encuentran sobrecualificados.
Entre los titulados superiores los niveles de paro no llegan al 10%, entre quienes tienen FP el paro no llega al 15%. Quienes tienen educación secundaria se acercan al 20%, mientras que quienes sólo cuentan con una formación básica, o no tienen estudios, alcanzan medias que se mueven entre el 25% y el 40% en sus niveles de paro.
Los recursos económicos de la familia, poder pagarse estudios superiores, poder realizar prácticas laborales durante los estudios, o contar con una familia asentada en una determinada profesión, poder cursar estudios en el extranjero, se convierten en factores de discriminación que dificultan o facilitan el acceso a cualificaciones.
La gestión de las competencias, como factor esencial de la empleabilidad, se ha convertido en tema común para grandes corporaciones multinacionales, organismos internacionales como la OCDE, OIT, CEDEFOP y a las grandes consultoras como PwC, Ernst and Young, o KMPG.
Y de nuevo la gestión de las competencias parece una tarea individual e individualizada. Seremos más competentes, más empleables, si nos mostramos dispuestos, originales, autónomos, con iniciativa, innovadores. Intentan convencernos de que no importa nada dónde hayamos nacido, cuál sea nuestro género, la clase social a la que pertenecemos, nuestra raza, o nuestra etnia.
Son las necesidades de las empresas y de la economía las que determinan las competencias que debemos conseguir, mientras que nuestras capacidades personales, nuestras metas vitales, nuestra libertad, junto a las necesidades reales de la sociedad, pasan a un segundo plano.
Y, sin embargo, la verdadera competencia depende del conocimiento de una disciplina, tiene que ver con habilidades, pero también con salud mental y equilibrio personal, con autoestima, con valores y vocación, con satisfacción por el trabajo bien hecho y capacidad de valorar la calidad de nuestro empleo y nuestras vidas.
Tal vez deberíamos pensar de nuevo de qué queremos hablar cuando hablamos de empleabilidad y competencia.