El 7 de octubre de cada año muchas organizaciones sindicales y sociales secundan la convocatoria de la Confederación Sindical Internacional (CSI-ITUC), que llama a realizar una Jornada Mundial por el Trabajo Decente.
Las calles son testigo de manifestaciones, concentraciones, o mítines públicos. Se convocan encuentros, reuniones, eventos, actos, para debatir, reflexionar, escuchar opiniones diversas, sobre qué cosa ha de ser eso del Trabajo Decente y cuáles deben ser los objetivos de las trabajadoras y los trabajadores en estos momentos.
La cosa viene de lejos. A finales de los 90 del siglo pasado, el chileno Juan Somavía, por aquellos días Director de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), habló por primera vez de Trabajo Decente en su primer Informe General, en 1999.
Resulta que durante las décadas anteriores y especialmente a partir de la caída del Muro de Berlín, el capitalismo se consideró ganador absoluto de la partida entre capital y trabajo y comenzó a hacer y deshacer a su antojo, a costa de la dignidad de nuestras vidas, la decencia de nuestros empleos y la ruptura del precario equilibrio que mantiene la vida en nuestro planeta.
Así las cosas el movimiento sindical mundial, o al menos dos de sus internacionales, la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL) y la Confederación Mundial del Trabajo (CMT), decidieron fusionarse en Viena en 2006. Una de sus primeras iniciativas fue convocar cada 7 de Octubre una Jornada Mundial por el Trabajo Decente.
Nos costó asumir aquel nuevo día, recién creado, sin arraigo. Una jornada que había que convocar recién llegados de los meses vacacionales. Pero había ilusión en que el sindicalismo internacional iba a ser capaz de organizarse y dar la batalla por la hegemonía de las ideas de vida, trabajo, convivencia democrática y paz.
Por eso cada 7 de octubre convocábamos manifestaciones, concentraciones, jornadas, asambleas. Cada año íbamos recorriendo el mapa del planeta para conocer qué iniciativas habían puesto en marcha en cada país. No fue fácil pero nos lo creímos y lo movimos.
Han pasado los años y la convocatoria de la Jornada Mundial por el Trabajo Decente no ha ganado mucho fuelle. No ha adquirido la relevancia que creímos que podía llegar a alcanzar. Venimos de años de una crisis larga y globalizadora que ha producido un desgaste fuerte en el movimiento sindical.
Venimos de una pandemia que nos desarboló de nuevo y de un mundo en guerras mundiales por etapas que lo condiciona todo y nos marcan el camino de cada día. Un mundo en el que crecen los movimientos antidemocráticos, a los que llamamos muchas veces populismo, otras ultraderechismo.
Tampoco el sindicalismo mundial ha sabido alzar la voz frente a los abusos continuos contra la ciudadanía, contra los trabajadores, en todo el planeta. Tampoco una voz unánime, un llamamiento generalizado, se ha escuchado en todos los países contra la guerra, por la Paz.
Tal vez por eso no viene mal que este 7 de Octubre la convocatoria de la Jornada Mundial por el Trabajo Decente tenga que ver con la Democracia y la Paz. No viene mal que todos los trabajadores y trabajadoras dediquemos este día a ratificar nuestro compromiso con la Democracia y con la Paz.
Allí donde las libertades son cercenadas. Allí donde los militares y las armas toman las riendas de la vida. En esos lugares, cada vez más abundantes en el , el sindicalismo se instrumentaliza y hasta desaparece. De hecho, hay mismo la mitad de los países persigue la libertad sindical. De hecho en la inmensa mayoría de países del planeta no se respeta el derecho de huelga, o no existe derecho efectivo de negociar las condiciones de trabajo.
Más nos vale que este 7 de Octubre nos pongamos las pilas y nos confabulemos para defender la Democracia y la Paz, si queremos que algún futuro mejor sea posible. Que el trabajo decente se convierta en la base de nuestras sociedades.