25 de abril, Sem Memória nao há futuro

Tengo una camiseta del Museo de Aljube. Resistencia y Libertad, con este lema… Sin memoria no hay futuro.

50 años. Se cumplen 50 años de aquel 25 de abril de 1975 en el que, pasados unos 25 minutos desde el comienzo del día, la canción prohibida por la dictadura salazarista, Grândola, vila morena, comenzó a sonar en la emisora católica Radio Renascença,

Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
O povo é quem mais ordena
Dentro de ti, ó cidade.

El autor de la canción pasó a formar parte de mi memoria para siempre. José Afonso, al que todos llamaban Zeca, era uno de los mejores cantautores de cuantos proliferaron en los 70 en Portugal y en España. En aquellos días sus canciones se dirigían contra el régimen dictatorial de Oliveira Salazar y luego de Marcelo Caetano. En pleno auge fascista lo llamaron el Estado Novo.

Aquellas canciones fueron versionadas después por mucha gente como la fadista portuguesa Dulce Pontes, grupos españoles como Siniestro Total, o por cantautoras estadounidenses como Joan Baez, aunque, a decir verdad, quién me despierta más ternura es aquella foto de Zeca Afonso con el increíble cantautor gallego Benedicto, fallecido en 2018, alma de la Orquesta Valdeorras, fundador del Movimiento Popular de la Canción Gallega, cantautor, sindicalista, maestro y compañero inolvidable en las Comisiones Obreras.

Casi cincuenta años de dictadura que se desplomaron cuando los cuarteles fueron sumándose a los militares que salieron a las calles de Lisboa. Mucha gente saludó el golpe ocupando las plazas. Aunque debería haber sido incruento, como reclamaban aquellas mujeres y niñas que fueron colocando claveles en las bocanas de los fusiles (Revolución de los claveles, la llamaron desde entonces), terminaron muriendo cinco personas bajo los disparos de la PIDE, la policía política que se resistía a desparecer.

Desde entonces dejé de vivir de espaldas a Portugal, hasta el punto de que, si un día me pierdo, buscadme en Cádiz, o en Lisboa. Ambas ciudades me parece que pegan bien con las Habaneras de Cádiz entonadas por Carlos Cano,

-La Habana es Cádiz con más negritos
Cádiz es la Habana con más salero.

Sólo que la Habana queda mucho más lejos, mientras que Lisboa, o Cádiz, quedan a tiro de piedra. Lisboa es tal vez menos salerosa que Cádiz, pero su saudade lo compensa en según qué momentos.

Del devenir de aquella revolución nos fueron llegando los avatares, sus cambios de humor, sus tensiones internas, el triunfo de los socialistas y luego de la derecha bajo el nombre de socialdemocracia. Aquella revolución siempre ha sido un punto de contraste con lo que en España conocimos poco después como Transición democrática.

Buscadme en Lisboa, o sus inmediaciones. De ahí hacia el Norte, hacia Oporto, la frontera gallega, tal vez. Porque desde que miré de frente al otro lado de La Raya, quedé atrapado por Antonio Tabucchi, aquel italiano que pasaba la mitad de cada año enseñando Lengua y Literatura Portuguesa en las universidades de Bolonia, en la de Génova, o en la de Siena (un auténtico experto y enamorado de Fernando Pessoa) y otro medio año escribiendo en Lisboa aquel hermoso legado de libros que procuré leer en su totalidad.

Comencé por leer Sostiene Pereira, la historia de aquel decadente periodista que, en plena dictadura salazarista, mientras en España se libra una cruenta Guerra Civil contra el fascismo, se ve obligado a tomar posición, compromiso y postura ante la rebeldía del joven Monteiro Rossi, el joven filósofo con el que acepta trabajar intentando matizar sus arriesgadas crónicas necrológicas.

No conviene dejar de leer el libro y ver la magnífica película italiana del mismo nombre, Sostiene Pereira, dirigida por Roberto Faenza y protagonizada por un increíble e inmenso Marcelo Mastroianni, que vio estrenada la película en 1995, año y medio antes de su muerte.

Y junto a Tabucchi me llegó la pasión por José Saramago, ese artista del cuento largo, de la fábula moderna, del relato que nace a la luz de una lumbre. Todo de seguido, sin signos claros de puntuación, ni tan siquiera en los diálogos.

Como en el caso de Tabucchi, llegó primero una de sus novelas. La Historia del cerco de Lisboa me atrapó hasta el punto de que en alguna de mis visitas a Lisboa intenté recorrer los lugares de la muralla que se describen en el libro. Cuesta comenzar a leerlo, pero al principio, al recitarlo en voz alta, como si lo estuviera contando, todo adquiría sentido. Luego llegaron Alzado del suelo, o Levantado del suelo, en otras ediciones. Una historia de las historias del pueblo portugués. Poco más tarde, me adentré en todas las demás.

El salto último y más arriesgado fue el de adentrarme en el mundo y la escritura de António Lobo Antunes. Los títulos de sus novelas son ya toda una declaración de intenciones, No es media noche quien quiere, o De la naturaleza de los dioses. Otros tan sugerentes como Sobre los ríos que van. Aquella sucesión prodigiosa de Libros de crónicas. El peligroso adentrarse en Angola, la guerra y la muerte en Cartas de la guerra. Correspondencia desde Angola, o en la tortuosa Comisión de las lágrimas.

Si Saramago es el contador de cuentos, Antunes es un hombre que desvela la multiplicación de voces recurrentes, las machaconas ideas que se repiten, se solapan, se contradicen, se duplican en versiones encontradas, se enfrentan en sensaciones disparatadas. Cuesta leer a Antunes, porque es internarse en la mente humana nada racional, poco coherente, cargada de pasiones, miedos seculares, afectos inexplicables.

Tres escritores, Tabucchi, Saramago, Antunes, cuyos enfrentamientos, confrontaciones, controversias y rivalidades, no tienen mucho que envidiar a los de  Góngora y Quevedo, o de Cervantes y Lope de Vega. Y, sin embargo, tan herederos del  25 de abril, tan enamorados de su pueblo, que es imposible, en estos tiempos de olvido y desmemoria, no sentir que formas parte de sus universos, cargados de humanidad y de claveles.

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