Gabriel, el hijo de la guerra

Hace casi siete años, en la localidad cacereña de Hervás, la de la judería, capital del Ambroz, rodeada de castañares que trepan hacia el puerto de las Honduras y hacia el pico del Pinajarro, un grupo de amigas y amigos organizaban una conmovedora celebración del 80 cumpleaños de Gabriel Nicanor Jiménez Miguel.

Ahora, en esta fatídica semana de pérdidas de personas queridas, ha fallecido Gabriel, inmediatamente después de la muerte de una gran mujer y sindicalista, Salce Elvira y poco antes antes de la de Enrique de Castro, uno de los últimos miembros de ese excepcional grupo de curas obreros entre los que se contaban Mariano Gamo, o Paco García Salve, forjados en las ideas del jesuita Padre Llanos el Pozo del Tío Raimundo, uno de esos lugares suburbiales  en los que, en palabras de Francisco Candel, la ciudad cambia su nombre.

Esta semana nos estamos volviendo muy mayores, envejeciendo aceleradamente. Se nota porque,

-Se está muriendo mucha gente que no se había muerto antes.

Creí que la dichosa frase la había visto atribuida a Ernest Hemingway, pero son muchos los que se la adjudican al misterioso mexicano Filósofo de Güemez. La verdad es que da igual, porque lo cierto es que la constatación de tantas muertes empapa de dolor y nos sitúa ante la mayor verdad que nos depara la vida.

Conocía Gabriel a Salce Elvira, porque ambos vivieron aquellos años de luchas obreras por la mejora de las condiciones de trabajo, de luchas en los barrios, combatiendo la especulación, el chabolismo, el barro y las inundaciones. Gabriel era, en las inmediaciones de la muerte del dictador, el responsable político del Partido Comunista en Villaverde. Un tiempo en el que había partidos y luego estaba el partido, el PCE.

Unos días asistía a una reunión en la asociación de Cabezas de Familia (que así se llamaban esas incipientes asociaciones vecinales en las que mujeres y jóvenes carecían de entidad propia) y otros días mantenía reuniones con los jurados y enlaces sindicales de las Comisiones Obreras en las empresas de la zona, organizados en el Sindicato Vertical franquista.

Con Enrique de Castro se encontró Gabriel más tarde, en los años 90 del siglo pasado, cuando era el responsable de políticas sociales en las CCOO de Madrid y la droga se había adueñado de las vidas de muchos jóvenes para los cuales la muerte era el único destino en el horizonte. Unos pocos curas de barrio se jugaron su seguridad y dieron la cara para que el círculo vicioso de la droga destruyera a todos aquellos jóvenes. Sacaron a muchos, lloraron a muchos más.

Fueron aquellos años en los que Gabriel vinculó su existencia a la de un joven llamado Jose, abandonado por su familia de adopción y enganchado a la droga. Lo que llevaba camino de convertirse en una historia de autodestrucción compartida, acabó transformado en una historia de apoyo mutuo, de ayuda incansable, de fidelidad absoluta, de amores indefinibles, un intrincado laberinto de pasiones.

-Querido compañero y padre…

Así encabeza su despedida aquel joven, hoy embarcado en un proceso de transición que ha convertido al Jose que conocimos en una nueva Lara que aún tiene todo por contar, aunque todo creímos haberle ya escuchado.

Entre medias de ambos periodos llegó la transición, la laminación carrillista de los renovadores en el partido, la expulsión de los dirigentes comunistas del País Vasco, como Roberto Lertxundi y de los concejales madrileños que le apoyaron, entre los que se encontraban Eduardo Mangada, Cristina Almeida, Martín Palacín, Isabel Vilallonga, Luis Larroque.

En aquellas batallas internas, en las que personajes como Carlos Alonso Zaldivar, Pilar Bravo, Juan Manuel Azcárate, Jaime Sartorius, Julio Segura, o Pilar Arroyo, fueron apartados del Comité Central, otros muchos responsables del PCE perdieron sus ilusiones y las ganas de librar batallas en las que sólo los compañeros fueran convertidos en enemigos a batir.

Durante aquellos años Gabriel se autoexilió en Londres, donde trabajó de todo un poco y se empeñó en sobrevivir (parece que hasta se casó) a la espera del momento en que decidió retornar a Madrid, para comenzar una nueva de las muchas vidas que vivió.

Como aquel momento en que Madrid estuvo a punto de devorar sus vidas, la de Gabriel, la de Jose, entre las fauces de los poblados de la droga y mis amigos Manuel y Merce les abrieron las puertas de Hervás, para entrar en la Confederación de los Valles, esos lugares construidos a base de confederar almas, al mejor estilo en que Tabucchi lo explica en boca del doctor Cardoso en la novela Sostiene Pereira. Un Pereira que se la termina jugando para salvar al joven Monteiro Rossi de las garras de la dictadura salazarista.

Ha llegado Gabriel, pacíficamente, con una exquisita educación, con cuidadas maneras y formas, sin perseguir notoriedad, ni poder alguno, al final de su camino, en un último y definitivo gesto de No a la Guerra. El final de un camino de supervivencia en el que nunca se privó de hacernos partícipes de sus alegrías, sus historias de gran contador de cuentos, sus penas infinitas y sus necesidades perentorias.

Un camino que dio comienzo un 19 de julio, en las proximidades de Salamanca. Mientras su madre paría, su padre era fusilado por los sublevados aquel día triste, de aquel intratable mes, de aquel fatídico año de 1936. Descanse en Paz, mientras nosotros velamos la memoria de Gabriel, Nicanor como su padre.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *